José Luis
Coraggio[1]
La doctrina económica dominante
No es posible encarar el tema planteado sin un encuadre
más amplio de la situación actual y una caracterización general de qué es la
Economía Social y Solidaria. Esta propuesta está presente –como búsqueda
teórica y como práctica- en América
Latina así como en Europa y Canadá, para mencionar algunos países. Su sentido
es el mismo que Karl Polanyi marcaba a mitad del siglo pasado: “… es preciso
comprender con mayor claridad con la que a veces se lo hizo en épocas
anteriores, que el mercado no puede, de manera alguna, ser suplantado como
marco de referencia, a menos que las ciencias sociales logren desarrollar otro
más amplio, al cual pueda referirse el propio mercado. Tal es hoy nuestra
principal tarea intelectual en el campo de los estudios sociales. Como hemos
tratado de demostrar, una estructura conceptual de esa índole tendrá que
fundamentarse en el significado sustantivo de lo económico.” Esa tarea ha vuelto
a ser urgente ante la hegemonía de las teorías y prácticas que tienen al
mercado perfecto como utopía orientadora.
El concepto neoliberal de economía que hoy domina en el
mundo (con su ortodoxia pero también con sus heterodoxias) se refiere al arte o
la ciencia del economizar, es decir de ahorrar, de minimizar costos, de maximizar
el producto a partir de factores de producción limitados. Y el sistema
económico ideal para institucionalizar estos comportamientos considerados
racionales es el sistema capitalista, donde el accionar económico se traduce en
valores mercantiles y lo económico consiste en maximizar las ganancias
monetarias. La consecuente definición de riqueza como masa de valores netos
producidos y transados en el mercado hace que el indicador de eficiencia de un
sistema económico sea el crecimiento de esa riqueza medida como el producto
neto nacional.
Eso requiere individuos (personas, grupos, empresas) compitiendo
antes que cooperando, movidos por el interés utilitario antes que por la solidaridad,
y un Estado limitado a cuidar que las instituciones del mercado estén a salvo
de la sociedad organizada y la política:
propiedad privada irrestricta, garantías de cumplimiento de los contratos,
estabilidad monetaria, aceptación de los precios que resultan del libre juego
de la oferta y la demanda, limitación de formas colectivas de acción económica,
entre otras. Así, si el mercado de
trabajo indica que para que haya plena ocupación es necesario bajar los
salarios muy por debajo de los niveles requeridos para adquirir una canasta de
bienes y servicios asociados con niveles de vida digna, es racional que así sea.
La generalización de estos criterios por la Teoría de la
Acción Racional afirma que todas las actividades humanas que pueden generar
negocios privados deben organizarse como mercados, así sean la educación, la
salud, la vivienda, la seguridad social, las artes, los afectos, la protección.
Todo esto es fundamentado por la aparente cientificidad de estas afirmaciones,
basada en el formalismo lógico-matemático y la especulación propia de esa
disciplina: el conocido “supongamos que…”. El punto de partida de esa
construcción es la afirmación de que los seres humanos son utilitaristas,
egoístas e insensibles al otro como persona, el denominado “homo economicus”,
esto por naturaleza universal y no como construcción social.
De esta ideología económica liberal extremadamente
materialista (el bienestar se asocia con la disponibilidad y distribución
“equitativa” de bienes y servicios, la economía predomina sobre la sociedad)
hay “modelos” menos salvajes, como el que caracterizó los “treinta años dorados”
en el centro o su correlato desarrollista en la periferia. Sin embargo, son
variantes que siguen teniendo en su núcleo los principios del mercado y la acumulación
sin límites. De hecho, el problema no es sólo dejar las sociedad en manos del
mecanismo de mercado. Los mismos modelos “socialistas”, al reemplazar el
principio de mercado total por el de la planificación total, cayeron en la
misma contradicción: buscar el máximo crecimiento, a costa de la vida digna de
seres humanos y de la biodiversidad, sustento de aquella vida.
En ambos sistemas la pobreza
se define desde un rústico materialismo, en función del acceso a una canasta de
bienes y servicios consideradas el mínimo necesario a cubrir. En una economía socialista
centralmente planificada, las necesidades definidas burocráticamente deben ser
resueltas para todos mediante la producción y distribución de tales bienes, se limita
el ejercicio del deseo y la innovación individual. En una economía capitalista de
mercado, las necesidades sólo son tomadas en cuenta si se manifiestan como
demandas solventes, lo que implica que sólo los que tienen éxito en el mercado
pueden satisfacerlas usando su dinero. Y el sistema competitivo se encarga de
que los deseos sean ilimitados llevando al consumismo de los que pueden comprar,
a la pobreza de muchos y a la insatisfacción permanente de todos.
En una economía socialista la búsqueda del crecimiento
industrial y la acumulación dejó de lado los efectos indirectos y no deseados
de ese sistema productivo, generando desastres ecológicos. En una economía de
mercado, dados los fines de los individuos y grupos, se buscan los medios más
eficientes para lograrlos, sin tener tampoco en cuenta los efectos que tendrán
sobre la vida social digna y sobre la biodiversidad y por tanto sin someterlos
a una crítica ética. Cuando aparecen problemas de gobernabilidad o “morales”
como la existencia de indigentes, la respuesta racional es reducir el problema
a las carencias más básicas, definidas también burocráticamente y atendibles al
menor costo posible, focalizando acciones, buscando satisfactores singulares
(al hambre, comida; al desempleo, un curso de capacitación; al daño ambiental,
un programa de limpieza) y ni siquiera se considera como resolubles problemas
complejos como el la destitución o el del recalentamiento de la tierra.
Al globalizarse, tal como fue anticipado por Marx y
Polanyi, el capitalismo está llevando a catástrofes de orden planetario, como
el cambio climático con efectos irreversibles por muchas generaciones, y la nueva
cuestión social de la exclusión masiva del trabajo asalariado –institución que
fue central para la cohesión del sistema social capitalista- y la correspondiente pauperización de las
mayorías si es que no a su genocidio.
La crítica profunda de estos fenómenos concluye en que
forman parte inescindible de la modernidad, a la cual pertenece también el
socialismo real, y en particular del capitalismo y su absolutización del
mecanismo de mercado. Aparte de las crisis del sistema, particularmente las
financieras, investigadores del largo período y de los sistemas complejos
afirman que estamos atravesando una crisis epocal, donde la modernidad y su
pretensión de dominar con la ciencia el mundo natural y social, y en particular
el sistema capitalista y el estado nacional están en su ocaso, agravado esto
por la pretensión de Estados Unidos de actuar como cabeza de un imperio global.
Sin embargo, el capitalismo tiene todavía recursos, incluidas las guerras, para
extender en el tiempo la resolución de grandes crisis y no se espera una caída
cercana pues continua siendo hegemónico. Por ejemplo, el neoliberalismo
sobrevive aún, cuando las críticas principales a ese “modelo” son meramente
funcionales o morales, buscando hacerlo más eficiente o menos cruento. El lema
“crecimiento con equidad” es un ejemplo de estas posturas. Por otro lado,
experimentamos en América Latina un resurgimiento de formas estatales que
parecían perimidas, pero está por verse si llevarán a regenerar las condiciones
de su sostenibilidad o a superarlo. Una indicación de esto será el modo en que se trate la pobreza estructural heredada después de treinta años de liberación
del mercado. Como decía Polanyi, para superar esta situación es necesario
contar con otra matriz de pensamiento económico. La Economía Social y Solidaria
intenta hacer una contribución en ese sentido.
La economía social y solidaria (ESS)
Se trata de una corriente de pensamiento y acción que
tiene muchas vertientes históricas y en general, pero no siempre, se ubica como
parte de la crítica no funcional del contexto social y económico contemporáneo.
La corriente a la que nos adscribimos conceptualiza el problema económico (de
manera sustantiva, según lo denominó Karl Polanyi) como el de lograr un sistema
de instituciones que orienten las prácticas de producción, distribución,
circulación y consumo de modo que se asegure el sustento de todos, lo que
equivale a la eliminación de la pobreza
y sus causas. No presupone escasez ni es una definición formalista, basada en
un procedimiento de cálculo.
Su elaboración no sigue un método especulativo sino
básicamente inductivo, buscando grandes principios invariantes de organización
económica, sustentados en estudios empíricos, históricos, antropológicos. La
conclusión a que llegan esos estudios -que a nuestro juicio constituyen un
sistema abierto, no utópico ni pretendidamente cerrado a nuevas evidencias como
el neoclásico- es que toda sociedad que
resista el paso del tiempo, que mantenga su resiliencia, organiza los procesos
económicos de modo de satisfacer las necesidades de todos sus miembros y en
relación armónica con la naturaleza. Lo contrario resulta ser autodestructivo.
El resultado es una mayor cohesión social y la institucionalización de otra racionalidad,
no eliminando pero sí subordinando la racionalidad instrumental. La ESS no es
una utopía o un sistema normativo sino el desarrollo de variantes
institucionalizadas de los principios básicos de organización de la economía y
sus relaciones con la sociedad, la política y la cultura, donde los agentes
alienados pueden devenir en actores que actúan con grados de libertad dentro de
las instituciones y eventualmente en sujetos con proyectos de transformación de
la sociedad. No pretende definir un sistema institucional óptimo llamado a
uniformar las economías del mundo, sino a respetar la diversidad cultural,
siempre dentro de su objetivo estratégico.
Para la ESS, las prácticas económicas deben ser juzgadas
por su contribución positiva o negativa, directa o indirecta, a la reproducción
y desarrollo de la vida. Ese criterio es un principio ético, no un criterio
operativo como el de la optimización instrumental de los recursos. Esa vida no puede ya ser una sumatoria de
vidas individuales que interactúan compitiendo para sobrevivir, sino que
implica el reconocimiento de los otros en toda su diversidad, como culturas y
como seres necesitados. Se trata, como fundamenta Hinkelammert, de una
racionalidad fácticamente necesaria, reproductiva de la vida. Maximizar el
crecimiento del producto nacional en base a un extractivismo que acaba con la
biodiversidad y genera desastres naturales y sociales es ahora considerado
irracional. También lo es hacerlo mediante tecnologías que excluyen masas de
ciudadanos, regiones o etnias completas de los beneficios de la actividad
económica. La ESS subordina la acumulación (no de capital) a la reproducción y
desarrollo de la vida.
Las dos concepciones contrapuestas, la neoliberal y la de
la ESS, ven la creación de riqueza como sentido inmediato de la economía, pero
la definen de manera distinta: para la economía de mercado sólo es riqueza la
producción que es vendida y comprada en un mercado, riqueza mercantil,
producida para otro que sólo interesa como comprador. Por ejemplo, ni la
producción para el autoconsumo familiar o comunitario, ni las mismas
capacidades humanas o naturales son consideradas riqueza si no circulan como
mercancías a cambio de valores monetarios. Para la ESS la riqueza consiste en
los bienes y servicios y capacidades que son útiles para resolver las
necesidades. No le cuesta advertir que en toda sociedad una proporción enorme
de la riqueza es producida en las unidades domésticas, algo que fue ocultado
cuando la naciente ciencia económica decidió que era muy complicado medir esas
formas de riqueza. Incluso la biodiversidad y el trabajo mismo son vistos desde
la ESS no como medios sino como condiciones fundamentales para la vida humana. Todo
esto repercute sobre la definición y el tratamiento de la pobreza. Aunque desde otra perspectiva, van en esa dirección la
crítica y las propuestas de Stiglitz, Sen y Fitoussi al sistema de indicadores
sobre el desarrollo y el progreso social.
El término “solidario” no es una apelación moral sino una
consideración objetiva: la única manera de lograr un sistema económico racional
es afirmando la solidaridad y la complementariedad antes que la competencia.
Como es el caso de la solidaridad de quienes se asocian para actuar juntos, la
de la redistribución mediada por el Estado o las instituciones basadas en redes
de reciprocidad y ayuda mutua antes que en contratos de toma y daca. O la de
una sociedad que toma democráticamente decisiones difíciles para orientar la
economía antes que dejarlas en manos de un mecanismo ciego como el de mercado,
que, como elogiaba von Hayek, nos libera de la tarea de decidir quien muere y
quien no, quien será exitoso y quién indigente, muerto en vida.
La pobreza para la ESS
En cuanto a su carácter disciplinario, la ESS no es una
sociología de la economía, ni una economía política, ni una antropología
política, ni una psicología social de las motivaciones humanas, sino que
pretende superar esos compartimientos en que la visión positivista de la
ciencia segmentó el pensamiento sobre la sociedad, viendo a lo económico como
un objeto que exige un tratamiento transdisciplinario. Un ejemplo de esta
diferencia puede ser su aporte a la resignificación de la cuestión de la pobreza.
Habiendo sido asociada la noción de pobreza con la no satisfacción de las necesidades, el concepto de
necesidad es fundamental. Usualmente limitado al concepto de carencia de bienes
o servicios, para la ESS es otro su concepto y su relación con los bienes y
servicios. Para la economía de mercado las necesidades son ilimitadas (ilimitación
que, junto con la escasez de recursos, es condición para que haya un problema
económico). Para la ESS, siguiendo a Max Neef, las necesidades son pocas. En
una enumeración abierta, serían: subsistencia,
protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad,
libertad. Realizarlas (algo más que satisfacerlas) requiere bienes o
servicios (aquí sí hay una capacidad de innovación prácticamente infinita) pero
ello se logra a través de satisfactores,
no reducidos al consumo sino a modos culturales de tener, ser, hacer y estar.
Para la ESS un bien o servicio no es meramente una cosa a
ser consumida, viene envuelto en relaciones interpersonales, sociales, sin las
cuales las necesidades son reducidas a su mínima expresión. No es lo mismo
comer en familia que en un comedor asistencialista. No es lo mismo recibir una
educación elemental en un sistema jerárquico de enseñanza que participar de una
relación liberadora de enseñanza-aprendizaje. No es lo mismo producir aislado
que en comunidad. No es lo mismo disponer de los residuos enterrándolos que
racionalizar los procesos de producción pautando la producción y definición
misma de residuos de manera responsable. No es lo mismo la filantropía que la
reciprocidad. No es lo mismo la distribución clientelista que la redistribución
basada en derechos. No es lo mismo la libertad negativa (individuos libres de
actuar según sus propósitos, sin otra restricción que la competencia) que la
positiva (todos expanden sus capacidades por la asociación democrática). No es
lo mismo trabajar subordinado que como parte de una asociación libre de
productores. No es lo mismo sostener la identidad cultural mediante la
resistencia a las diversas formas de colonialismo y segregación que ser
reconocidos como contribución a la rica diversidad en un sistema plurinacional.
Mientras que unas modalidades de definir y ecarar los problemas fragmentan las
sociedades, otras crean sociedad. De ahí la designación de Economía Social.
Para la ESS la pobreza
fundamental y las políticas para enfrentarla tienen que ver con los
satisfactores, lo que va más allá del acceso a bienes como condición material
de la vida. Esto implica que la pobreza
no es un asunto privado, de consumo insuficiente por insuficiencia de ingresos
o de recursos productivos, sino un asunto de convivencia, de relaciones
sociales en cuyo interior circulan y adquieren sentido social los bienes y
servicios. Y que la economía, lejos de ser una esfera separada de la sociedad, debe
estar subordinada, integrada a ésta. Lo que Polanyi llamaba el encastramiento,
arraigo o inserción de la economía en la sociedad, obviamente no en la sociedad
de mercado sino una sociedad racional, justa y democrática. En ello juega un
papel fundamental la política, el contenido del poder y su ejercicio. Hay al
menos dos formas de asumir y ejercer el poder. La propia de la democracia liberal,
en que la soberanía popular se ejerce sólo en los momentos de votación,
transfiriendo por un período de tiempo el poder de decisión sobre la sociedad a
los representantes, que actúan como detentadores de un poder que puede volverse
arbitrario y privatizable. O una por construir, apenas indicada por la
experiencia de la Comuna de París o por los sistemas comunales ancestrales,
donde la comunidad política asigna responsabilidades y autoridades, e
institucionaliza la rotación y no la reproducción de políticos profesionales o
de una clase política. Como dicen los zapatistas, no es lo mismo mandar mandando
que mandar obedeciendo.
Resolver la pobreza
definida como carencia de bienes y servicios puede basarse exclusivamente en
hacer progresivo el principio de redistribución de la riqueza, pero no puede
limitarse a eso, menos aún cuando es mínima y sólo se refiere a trnasferir
ingresos monetarios. Para la ESS, dada la multidimensionalidad de la pobreza de
satisfactores, esa redistribución debe
combinarse con un progreso en relación a otros principios de organización social
de la economía, entre los cuales destacamos:
I)
Organización
de los procesos productivos: mejoramiento en las condiciones de trabajo de los
asalariados e impulso a las formas no subordinadas de trabajo, como la
producción familiar o comunitaria para el autoconsumo, el trabajo asociado
autogestionado, y en general lograr una relación no extractivista del trabajo
con la naturaleza, respetuosa de los equilibrios ecológicos;
II)
Apropiación/
distribución social: reapropiación del conocimiento y de los medios de
producción, en particular la tierra, a favor de los trabajadores; reconocimiento
de formas no privadas de propiedad y usufructo, afirmando los comunes;
III)
Circulación: afirmación
de redes de reciprocidad y solidaridad simétrica por sobre la solidaridad
filantrópica; promoción de formas de comercio y términos de intercambio justos,
desplazamiento de las relaciones entre mercancías y la competencia por
relaciones intersubjetivas de complementariedad;
IV)
Consumo: afirmación del
consumo responsable por sobre el
consumismo;
V)
Coordinación: afirmación
de formas de coordinación comunitaria, participativa o estatal por sobre la
autorregulación del mercado.
Un criterio ético fundamental es que la asignación de
recursos debe asegurar que toda la población tenga trabajo digno, aunque la
eficiencia en términos de crecimiento o ganancia resulte ser menor. Un modelo
que en nombre de la eficiencia admite altas tasas de desocupación y
precarización del trabajo no es admisible para la ESS aunque se asegure un
ingreso mínimo mediante la redistribución. En todo caso hay que ubicar estas
propuestas en un proceso de transición hacia una economía regida por criterios
de justicia y convivencia social.
La ESS no propone prescindir del mercado como mecanismo
de coordinación del complejo sistema económico, pero se trata de
institucionalizar una economía con
mercado, no de mercado. Tampoco se
limita a la redistribución de los resultados del proceso económico sino que
incluye la de los recursos y capacidades. Construir una economía sin pobreza lleva tiempo, y los tiempos
para avanzar en uno u otro principio no tienen la misma métrica. Los procesos
de reforma fuerte en marcha en Bolivia, Ecuador y Venezuela muestran que la
legitimidad de sus gobiernos depende no sólo de las sucesivas elecciones democráticas
que han tenido, sino de un avance sostenido en un proceso inicial de
redistribución de resultados. Que requiere la generación o reapropiación de
excedentes y asumir los conflictos sociales que eso conlleva. Sin embargo, simultáneamente,
se avanza en otras transformaciones estructurales para aproximarse al régimen
que denominan del Buen Vivir, Vivir bien o Socialismo del Siglo XXI.
La pobreza es
un fenómeno acuciante que requiere respuestas inmediatas, pero a la vez es apenas
un indicador de la cuestión social y su relación con la economía, mucho más
profunda y demandante de tiempo generacional. No se trata meramente de
aliviarla sino de erradicarla. Por su lado, las catástrofes ecológicas ya
puestas en marcha no son reversibles y la defensa de la vida requiere una
aplicación del principio de planificación global, posiblemente para un par de
siglos, un poco más que el “largo plazo” de la economía de mercado. En esto
debe valorarse las iniciativas de UNASUR, el ALBA y CELAC.
Algunos ejemplos de ESS a distintos niveles de acción
Para avanzar en dirección a otra economía, integrada solidariamente
por la sociedad en base a la racionalidad reproductiva, las prácticas de ESS
deben sostenerse y articularse, ganando sinergia y legitimidad social en tanto
no intentan hacer aguantable la pobreza
sino superarla estructuralmente.
Cuando examinamos el campo de prácticas que se
autodenominan de ESS, diferenciamos tres
niveles de acción:
A) el
micro-socioeconómico, que impulsa formas económicas internamente solidarias, ya sea como las iniciativas desde la
sociedad o a partir de planes públicos de promoción para organizar
emprendimientos asociativos de producción
destinada al autoconsumo (ej: el Programa Pro-huerta, organizaciones de
producción asociada del hábitat como Tupac Amaru; las empresas recuperadas por
sus trabajadores; el programa “Argentina
Trabaja” de promoción de cooperativas); de
circulación (ej: asociaciones de comercialización conjunta, como las ferias
de Misiones o el Mercado de la Estepa, o los nodos de trueque); de financiamiento (ej: sistemas de finanzas
solidarias), o de consumo (ej:
asociaciones de abastecimiento compartido). De hecho, estas iniciativas suelen
estar focalizadas en los más pobres y excluidos.
B) El
meso-socioeconómico, que promueve la formación de redes y asociaciones que
expanden la solidaridad articulándose territorial y horizontalmente y mas allá
de cada unidad económica (ej: cadenas de producción y comercialización como La
Justa Trama, redes internodales de trueque, redes de comercio justo,
asociaciones de segundo grado entre cooperativas, armado de mutuales
extendidas, etc.).
C) El sistémico,
que busca transformar macroestructuras que sientan bases para otro sistema
económico, como las formas de
reconocimiento jurídico de
identidades y derechos de la
propiedad (ej: ley de bosques, reconocimiento de los territorios indígenas,
la nacionalización de YPF o Aerolíneas Argentinas, las leyes y ordenanzas de
economía social y solidaria, el monotributo social, la reconstitución como
sistema de reciprocidad del sistema de seguridad social, etc.). Cuando de lo
que se trata es de generar un sistema económico social y solidario, como indica
la constitución del Ecuador, entran entre las realizaciones eficaces de la ESS el
rechazo al ALCA y la profundización del Mercosur y de UNASUR, la renegociación
de la deuda y liberación de las tenazas del FMI y el BM. Quedan grandes tareas,
como la de una fuerte regulación del uso de la tierra que supere el
extractivismo hoy reinante, o la de la priorización de la soberanía
alimentaria. Sin duda que los ejemplos de Bolivia, Ecuador y Venezuela son
paradigmáticos de procesos cuyo mandato constitucional es emprender cambios
sistémicos bajo el lema de otra economía, comunitaria, social y solidaria o popular.
En nuestro país predomina un concepto de ESS restringido
a acciones del primer nivel, aunque desde la sociedad y desde el Estado existen
iniciativas al segundo y tercer nivel apoyadas en otros esquemas mentales. No
ver todos esos niveles de acción como parte de un programa estratégico que debe
tener coherencia intra e interniveles, puede debilitar la fuerza del conjunto
de iniciativas y permite estigmatizar la versión débil y asistencial de la ESS
como una salida temporal para los excluidos. En todo caso, lejos de atacar el
problema estructural, la extensión de iniciativas a nivel micro-socioeconómico
sólo puede atender a la pobreza de
grupos particulares. Dentro de esto cabe incentivar la experiencias con alto
potencial de pasar el segundo nivel (cadenas de producción y circulación,
prosumidores, comunidades). Este nivel de redes es fundamental si surge de, o
se dirige a colectivos con potencial para constituir sujetos de proyectos de
transformaciones mayores, locales, regionales o de orden internacional. Poniéndolo
en otros términos, para la ESS el sentido de las acciones al nivel micro se
adecua si la mirada está puesta en el nivel meso, y el de ambos si se encuadran
en estrategias de cambio sistémico.
Bibliografía de referencia:
Karl Polanyi: “La economía como proceso instituido”, en Karl Polanyi.
Textos escogidos. UNGS/IMAGO MUNDI/CLACSO. Buenos Aires (en prensa).
Franz Hinkelammert y Henry Mora, Economía, sociedad y vida humana. Preludio
a una segunda crítica de la economía política. UNGS/ALTAMIRA, Buenos Aires,
2009.
Manfred Max-Neef et al, Desarrollo a escala humana. Una opción para el
futuro. Development Dialogue Número especial. CEPAUR, Santiago, 1986.
Informe de la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económico y del
Progreso Social, realizado por Joseph E. Stiglitz, Amartya Sen y Jean-Paul Fitoussi.
www.stiglitz-sen-fitoussi.fr
José Luis Coraggio, Economía social y solidaria. El trabajo antes que el
capital, Alberto Acosta y Esperanza Martínez (editores), Abya
Yala/FLACSO-Ecuador, Quito, 2011.
José Luis Coraggio y Valeria Costanzo(Editores), Mentiras y verdades del
“capital de los pobres”. Perspectivas desde la Economía Social y Solidaria,
UNGS/Imago Mundi, Buenos Aires, 2010.
[1]
Investigador docente y Director de la Maestría de Economía Social, Instituto
del Conurbano, Universidad nacional de General Sarmiento.
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